lunes, 26 de noviembre de 2012

Parche sagrado

Todo es ritmo, Florencia Menendez
Desde la mismísima cuna de la humanidad,
vienen sonando los tambores,
al son de los gritos y los silencios,
al compás de la trágica comedia de los mortales.

Vibración pura, eterno sentir,
partieron del África hacia el mundo,
atravesaron océanos de lamentos,
conocieron mundos de hostilidad,

Pero nunca perdieron la alegría,
quienes perdieron sus vidas, sus brazos y su dignidad,
no dejaron que nadie les quitase aquello tan valioso,
no dejaron que nadie apagara ese fuego.

Arden los parches,
repican, cantan sus melodías ancestrales,
recorren las calles, las plazas
vagan mundos diversos,

En las Antillas son el sabor,
el baile del Altiplano,
la religión rioplatense,

Las manos sangran,
los palos trinan,
las cataratas de vida brotan desde lo profundo de la madera y el cuero.

Entonces la vida es plena,
y los males se van a otro baile,
para no volver.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Héroes del silencio/IV

Le digo que no, que deje de hacer eso, que esta mal. Que rece tres padre nuestro, dos ave María y que vuelva en paz a casa. Esa es la receta, al menos la que a mi me enseñaron.
Estar acá es algo difícil, a veces pienso en irme a vivir la vida normal que sé que podría llevar. Tengo estudios, conocí mucha gente a lo largo de vida, gente que sé que me daría trabajo enseguida. Se que podría enamorarme de alguna mujer y sacarme la duda de saber de qué se trata ese asunto. Sé todo eso y a veces me tienta quitarme la sotana y decir “Basta”. Pero no es mi modo, nunca lo fue.
Lo de Mujica fue un hito, un disparador para que muchos de nosotros nos animáramos a dejar el templo para meternos en la verdadera realidad. Fue impactante ver como se derrumbaba todo en lo que creía y se iba construyendo todo lo que creo ahora. No un Dios hombre, sino un hombre Dios. Ya no un nombre, sino un ideal de lo bueno, lo sano, lo correcto. Se trata de valores supremos que han de hacerse carne en todos nosotros. En eso creo ahora y es por eso que estoy acá desde hace tantos años.
Al principio me odiaban. La hostilidad brotaba de sus ojos y de sus cuerpos. Pensaban que venía a “civilizarlos” como ya lo habían hecho otros semi-colegas o algún que otro político. Cuando todos te fallan es difícil volver a confiar en alguien. Y así lo entendí, pero sabía que iba a ser temporal, que era una parte normal del proceso.
Hoy tengo la alegría de ser el oído y a veces los ojos de muchos que vienen a verme y a contarme lo que les pasa o lo que no les pasa y a pedirme ayuda, o un abrazo, o una caricia o una palabra de aliento. No voy a negar que sea desgastador, pero es lo que amo y no le llamo trabajo porque no me cuesta nada más que pasión hacerlo.
Elijo estar acá y llevar adelante esta vida entre almas en pena. No soy ningún mártir, ningún profeta, soy una persona común que elije mirar un poco mas allá a diario porque ya saben como dicen….después de despertarse es difícil volver a cerrar los ojos. Sigo y seguiré acá hasta que las fuerzas me den porque creo en las personas, en sus posibilidades y aquello inexplicable que hace que la vida sea a veces una hermosa pincelada en un lienzo que, por más que digan lo contrario, no se termina y no se terminará jamás. Yo no me como ese cuento. 


                                                                                                                                  Publicado en Palabra Valija Nº 3, Octubre 2012.

Héroes del Silencio/III

“Papas, porotos, zanahorias, cebolla, sal, pimienta y carnaza, con eso estamos” afirma doña Rosa, quien desde hace más de quince años es la cocinera oficial del barrio bonaerense La Margarita.
“Siempre trabaje por hora, en casas de gente que me iba conociendo gracias al boca en boca, pero con los años llegué a una edad en la que no podía limpiar ni hacer nada como antes”. Fue entonces cuando empezó a vivir íntegramente de la pensión que le había dejado su marido, a estar más cerca de la gente del barrio y a sentir más de cerca sus necesidades.
“Veía a los nenes que andaban siempre por ahí, callejeando todo el día. Después apareció el Paco y fue lo peor, entonces pensé que tenía que sacarlos de ahí a todos los que pudiera”. En su casa ubicada en las calles Esperanza y Quiroga, decidió abrir una especie de comedor en el que pudieran, en principio, almorzar los nenes y nenas de la zona.
Como en todo inicio desde cero, el camino no fue sencillo: “El primer tiempo me daban una mano el panadero y el carpintero del barrio con comida y algún que otro pesito, porque con mi pensión a penas me alcanzaba para vivir. Pero pudimos sacar adelante esto y así fue progresando”.
Los almuerzos empezaron a ser complementados con las meriendas y luego con las cenas. Todo eso gracias a la ayuda de los vecinos y vecinos de la zona y de algunas personas externas al barrio que se iban enterando de la existencia de este lugar que recientemente recibió el atinado nombre de “Pancitas felices”.
Doña Rosa besa su crucifijo y nos confiesa: “Lo mas importante para mi es que mis chiquitos tengan algo que comer, pero también que estén el mayor tiempo posible fuera de la calle…esa es mi misión en este mundo y doy gracias a Dios por permitirme hacerlo”.
- No queremos parecer impertinentes pero ¿hace mucho que renguea de esa pierna?
- Si mi cielo, hace años que vengo llevando esta enfermedad cuyo nombre ahora no me acuerdo.
- ¿Y no le conviene hacer reposo o delegar algunas tareas?
- Lo que me conviene es seguir andando, como pueda, este camino que me llena el alma y que hace que las enfermedades o cualquier otra cosa parezcan chiquitas. Eso, mis queridos jóvenes, eso es algo que no muchos entienden o que no quieren entender. Y así estamos.


                                                                                                                                   Publicado en Palabra Valija Nº 3, Octubre 2012.