sábado, 6 de abril de 2013

Otra gota, otro vaso rebalsado


Una lluvia, una fuerte lluvia, azotó esta semana Buenos Aires. Las zonas más afectadas – al menos según lo que los medios nos dejan saber – fueron la capital geográfica y la capital económica del país. Macri, Scioli y Cristina y todos aquellos que juegan al quemado con la culpa.
La capital, ese terreno en continua disputa política, sufrió una vez las consecuencias de una mala gestión y de peleas de poder que terminan consiguiendo que las cosas no se hagan o se hagan a medias. Al igual que durante los últimos meses del año pasado, vimos una exagerada cantidad de agua acumulada, sobre todo en barrios como Belgrano o Saavedra. Fueron ocho los muertos y prolongados los cortes de luz, muchos los cuales aún persisten.
“La Venecia de las diagonales”, como lo título de manera muy desafortunada Pagina 12, fue y es un caos. Miles de evacuados, personas que no aparecen, cortes de todos los servicios básicos y lo que más resuena: al menos 51 muertos y contando. Hemos visto en videos y fotos, imágenes sumamente tristes, testimonios desgarradores de las víctimas y un desfile de políticos tan inédito como la cantidad de mililitros de agua que cayó sobre la ciudad.
Como pasó con Cromañón y con Once (por recordar solamente estas dos tragedias), se vuelven a hacer evidentes las falencias inherentes a un sistema que privilegia las medidas útiles para ganar simpatías en desmedro de la concreción de obras y políticas que ataquen la raíz de los problemas estructurales que arrastramos desde hace años.
Por supuesto que la historia es causal y que lo que hoy está como está se debe a que ayer alguien hizo algo para que así fuera. Por supuesto que las soluciones de fondo toman longitudes temporales que a veces pueden llegar a ser décadas. Pero esto no quita que, desde hace un buen tiempo, las principales figuras políticas del país se vienen pasando la pelota continuamente y terminan construyendo grandes castillos de humo en lugar de asomar las narices para intentar empezar a resolver ciertas cuestiones. Sin entrar en ese blanco o negro tan espantoso que se nos viene presentando desde hace unos cuantos años, cuando pasan estas cosas es irrefutable que algo no se hizo o que algo se hizo mal.
Todo esto no quiere decir que le esté echando la culpa al gobierno, o a los gobiernos. Pensar y/o creer que un gobierno es responsable de todo lo bueno y todo malo que pasa es caer en la más absoluta y detestable pasividad. Así como también caer en los extremos obnubila la visión de cualquiera que crea en exceso en la santidad de algunas personas.
Esto es concreto, es tangible. Más allá de lo que digan con respecto a que tal obra que no se pudo hacer porque tal persona no facilitó el dinero o con respecto a la falta de astucia del otro para manejar ciertos problemas, lo concreto es que hay más de 50 personas que se fueron para siempre y hay otras miles a las que la vida les dio un cachetazo que no esperaban ni merecían.
No es tiempo de llorar, ni de hacer propaganda con el dolor ajeno. Es tiempo de trabajar, dejar de lado las nimiedades y buscar soluciones a problemas que gritan de dolor. Las diferencias tanto en lo ideológico como en lo pragmático pueden tener todo el lugar que deseen ya que de eso se trata la sobrevaluada democracia. Pero hay problemas simplemente complejos que tienen soluciones complejamente simples. No hay ninguna cuenta que hacer, ni leer ningún libro de algún ideólogo, politólogo o economista.
Hace más de 10 años se nos fueron 194 pibes por negligencia en los controles de los boliches. Hace poco más de un año se nos fueron 51 personas por negligencia en el funcionamiento del sistema ferroviario. Hoy se nos siguen yendo almas porque nos venimos a enterar que de repente nadie sabe hacer bien las cosas, o no quiere hacer las cosas, o no puede hacer las cosas. No las hacen y la gente deja de creer en algo cuando no les da resultado; y más cuando es contraproducente.
Esta división entre “La capitana Cristina” y sus fieles y los “detractores sin propuestas” y sus seguidores de redes sociales tiene que tomarse, al menos, un recreo. Todos tenemos que tomarnos un minuto para pensar en algo que va mucho más allá de las divisiones partidarias.
Tomémonos un minuto y preguntémonos: si es que estamos haciendo algo más que quejarnos ¿Estaremos haciendo las cosas bien?

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